martes, 21 de junio de 2011

Monólogo de un perro

ANTONIO GALA

Yo no creo haber hecho nada malo esta mañana...

Me parecieron todos muy nerviosos. Iban y venían por los pasillos, esquivándose unos a otros.
Ella le gritaba a la madre de él. Y los dos niños, con las manos llenas de cosas, entraban en el dormitorio de los padres, que yo tengo prohibido.
La pequeña –la más amiga mía- chocó contra mí dos o tres veces.

Yo le buscaba los ojos, porque es la mejor manera que tengo de entenderlos: los ojos y las manos. El resto del cuerpo ellos lo saben dominar y, si se lo proponen, pueden engañarte y engañarse entre sí; pero las manos y los ojos, no.

Sin embargo, esta mañana mi pequeña ni me quería mirar. Sólo después de ir detrás de ella mucho tiempo, en aquel vaivén desacostumbrado, me dijo: “Drake, no me pongas nerviosa. ¿No ves que nos vamos de veraneo y están los equipajes sin hacer?” Pero no me tocó ni me miró. Yo, para no molestar, me fui a mi rincón, me eché encima de mi manta y me hice el dormido.

También a mi me ilusionaba el viaje. Les había oído hablar durante días del mar y de la montaña. No sabía con certeza qué habían elegido; pero comprendo que, en las vacaciones – y más en éstas, que son mas largas que las otras dos- mi pequeña podrá estar todo el día conmigo. Y lo pasaremos muy bien, estemos donde estemos, siempre que sea juntos...Tardaron tres horas en iniciar la marcha. Fueron bajando las maletas al coche, los paquetes, la comida -que olía a gloria- y los envoltorios del último momento. Yo necesitaba correr de arriba abajo por la escalera pero me aguanté. Cuando fueron a cerrar la puerta, eché de menos mi manta. Entré en su busca; me senté sobre ella; pero él me llamó muy enfadado. – “ ¡Drake, venga! “-, y no tuve mas remedio que seguirlo.

Mientras bajaba, caí en la cuenta de que, en el lugar al que fuéramos, habría otra manta. Ellos siempre tienen razón. Los tres mayores, mi pequeña, su hermano y yo.... Era difícil caber en aquel coche, tan cargado de bultos; pero estábamos bien, tan apretados todos.

Yo me acurruqué en la parte de atrás, bajo los pies de los niños. La madre de él se sentó en un extremo, que suele ser su sitio, y todavía no se le habían olvidado las voces de ella, porque no decía nada; solo miraba las calles y las calles y la luz, que era muy fuerte, a través del cristal... Los niños se peleaban con cualquier pretexto esta mañana; seguían muy nerviosos. Yo sufrí sus patadas con tranquilidad, porque sabía que no iban a durar y porque era el principio de las vacaciones.

Cuando, de pronto, el niño le dio un coscorrón a mi pequeña, yo le lamí en cambio las piernas con cariño; pero ella me dio un manotazo, como si la culpa hubiera sido mía. La miré para ver si sus ojos me decían lo contrario.
Ella, mi pequeña quiero decir, no me miraba.

Fue cuando ya habíamos perdido de vista la ciudad . Él se echó a un lado y paró el coche. Los de delante daban voces los dos. No sé si porque discutían o por qué. La madre de él no decía nada; ya antes había empezado a decir algo, y ella la cortó con muy malos modales.
Tampoco los niños decían nada ...

Él bajó del coche y cerró de un portazo; le dio la vuelta; abrió la puerta del lado de los niños y me agarró por el collar.
Yo no entendí. Quizá quería que hiciese pis, pero yo lo había hecho en un árbol mientras cargaba y disponía los bultos. Empujó con violencia la puerta y volvió a sentarse al volante.

Oí el ruido del motor .
Alcé las manos hacia la ventanilla; me apoyé en el cristal. Detrás de él vi la cara de mi pequeña con los ojos muy redondos; le temblaban los labios... Arrancó el coche y yo caí de bruces.






Corrí tras él, porque no se daban cuenta de que yo no estaba dentro; pero aceleró tanto que tuve que detenerme cuando ya el corazón se me salía por la boca... Me aparté, porque otro coche, en dirección contraria, casi me arrolla.

Me eché a un lado, a esperar y a mirar, porque estoy seguro de que volverán por mí... Tanto miraba en la dirección de los desaparecidos que me distraje y un coche negro no pudo evitar atropellarme... No ha sido mucho: un golpe seco que me tiró a la cuneta...

Aquí estoy.
No me puedo mover. Primero porque espero que vuelvan a este mismo sitio en el que me dejaron; segundo, porque no consigo menear esta pata. Quizá el golpe del coche negro aquél no fue tan poca cosa como creí... Me duele la pata hasta cuando me la lamo.
Me duele todo...

Pronto vendrá mi pequeña y me acariciará y me mirará a los ojos. Los ojos y las manos de mi pequeña nunca serán capaces de engañarme.

Aquí estaré... Si tuviese siquiera un poco de agua: hace tanto calor y tengo tanto sueño...

No me puedo dormir. Tengo que estar despierto cuando lleguen...

Me siento más solo que nadie en este mundo... Aquí estaré hasta que me recojan.
Ojalá vengan pronto...

2 comentarios:

  1. No sé si leyendo esta narración quién se esté planteando abandonar a su perro cambie de opinión, aún no con este razonamiento la emoción que deben sentir estos animalitos se explica muy bien. ¿Abandonaría también a sus padres cuando le estorben?
    Quien abandona su perro, no tiene sentimientos y es una mala persona.
    Quien maltrata a un animal igual lo haria con una persona si no fuese por miedo al castigo o a la respuesta. Es un delincuente.

    ResponderEliminar
  2. Sí, desgraciadamente aún hay gente que no ve como un tabú abandonar animales. No sé si por falta de educación, falta de responsabilidad, desesperación o falta de inteligencia... En cualquier caso parece que la gente se va concienciando del sufrimiento que implica el abandono para el animal y, cada vez más, se lo piensan dos veces, o eso quiero pensar...

    ResponderEliminar